Serie de grabados muy experimentales.
Leves variaciones de color o de detalle confirman el tránsito entre pintura y grabado. A su vez, el cambio de soporte o de técnica favorece conexiones y variantes que amplían y matizan la propuesta. La seriación, aunque sea en pequeño tiraje, rompe el mito de la obra única y se instala en el ámbito de la impresión, con su doble sentido torturante. El resto es oleaje y tiempo.
Oleaje rima con viaje y con pasaje porque documenta la forma más genuina y cómoda de transmitir información. Piel de bacalao secada al sol, tinta de calamar y una antena de langosta. El mensaje se mete en una botella, se sella bien el tapón y se lanza al mar. La sucesión continuada de las olas hará el resto y la comunicación se confirmará en alguna remota orilla. La especie humana, siempre tan curiosa e imaginativa, comprobó la eficacia del invento y acabó metiendo el barco dentro de la botella, puro surrealismo.
En los grabados primitivos se usó esa misma botella, actuando como rodillo sobre un caparazón de tortuga y con hojas de papiro para las estampas. El procedimiento actual es casi idéntico: se toma una plancha, se graba, se entinta y se imprime. En apariencia es fácil y es lo más parecido a hacer dinero que existe. Lo saben muy bien los gobiernos y los bancos centrales de todos los países; por eso castigan tanto la falsificación de moneda. ¿Quién se anima?
El tiempo es lo que pasa cuando creemos de modo ingenuo que no pasa nada. El tiempo no se puede gravar ni grabar, esto es, no admite impuestos, ni registrarse en hueco o en relieve, ni ser captado o almacenado, ni fijarse profundamente en el ánimo. Grabar y gravar: un encanto más de los equívocos en la ortografía española, según se ve. Antiguamente, ver se escribía con be. Por eso, cuando se bebe mucho se ve doble. Y gracias.
Ester Minio.
